miércoles, 7 de octubre de 2009

Tango, patrimonio de la humanidad

El día miércoles 30 de septiembre la UNESCO declaró al Tango "patrimonio cultural de la humanidad", y la noticia se esparció en la Web. Aquí seleccioné tres sitios que informan al respecto:

10tango.com - El Tango ya es Patrimonio de la Humanidad

Centro de Noticias ONU - "Tango y candombe declarados patrimonio cultural intangible de la UNESCO"

BBC - "El tango, patrimonio de la humanidad"


Y ahora que el tango le pertenece a toda la humanidad, es buena excusa para que aquí publique lo siguiente:

"GUÍA DEL TANGO DE SALÓN, por el profesor Manuel Enrique Silva" (Año 1931)

























Pero... ¿por qué declararon al tango "patrimonio de la humanidad"? Los responsables de la UNESCO dieron sus razones. Sin embargo, ya desde la época en que se imprimió el diagramita de arriba, existían buenos motivos para considerarlo "de vital importancia".


Transcribo a continuación el prólogo del libro DANZAS MODERNAS Y SUS TEORÍAS COMPLETAS, escrito por el profesor Silva. (Este prólogo lo escribió el Sr. Julio Escobar. Me tomé la licencia de resaltar algunas partes).

PROLOGO
¡HAY QUE BAILAR!
¡Saber bailar! He aquí un problema que no figuró en el menú fi­losófico de Hamlet, pero que tortura muchas meditaciones de los jó­venes. De los jóvenes y de muchos viejos. Porque son muchos los hombres maduros que pasaron su juventud sin ser jóvenes en el sen­tido alegre de la palabra y se sienten arrepentidos de su formalidad, decidiéndose a gozar la vida como no tuvieron el talento de hacerlo antes. . .
—No baile usted —dicen algunos,— no es de hombres serios. . . Y abundan en consideraciones más enfáticas que sólidas. El baile tie­ne enemigos encarnizados que lo combaten con tesón y hasta con odio. . . Pero no debe escucharse a todos con igual respeto. Se ha descubierto, entre esos enemigos, que la razón más poderosa que los incita a la lucha es. . . que no saben bailar. Se repite en la danza lo que ocurre en cosas más serias de la vida: el que ignora detesta al que sabe; el tonto al ingenioso y la gorda solterona a la mucha­cha joven, elegante y con plétora de enamorados casaderos. . .
No le faltan razones al hombre que no sabe bailar para detestar al que sabe hacerlo. El buen bailarín es el hombre afortunado, que lo desplaza siempre en esos sorteos amorosos que se llaman reunio­nes sociales. . .
La reunión "se va armando", como decimos los porteños. Llegan señoras y señoritas que ponen belleza, interés y emoción en el cuadro. Hay un hombre que enseguida se destaca del núcleo de mirones codiciosos y que diez minutos después pasea ufano por el salón llevando entre sus brazos a la mujer que todos admiraban. ¿Quién es ese hombre con prerrogativas que le permiten ese delicioso acerca­miento? El hombre que sabe bailar. Parafraseando un texto bíblico exclamemos: ¡Bienaventurados los que saben bailar: de ellos son las delicias de las fiestas...
Calcule el lector el estado de ánimo del que no sabe bailar en esos trances. El pobre sonríe para despistar, con esa sonrisa forzada con que un prestamista concede una prórroga: con esa sonrisa que nos impone la educación cuando alguien nos ha destrozado un pie de un pisotón y hay que decirle: "Está disculpado. . . No es nada. . .".
Quien mira bailar es testigo de una escena en la que quisiera ser actor; es el pobre famélico que mira cenar opíparamente a un pró­jimo; es el pobre pasajero que perdió el tren y mira desde el andén a los pasajeros que se van sonriendo. . . A veces esa pena se inten­sifica y adquiere vigor de crueldad: cuando el hombre que mira es el marido de la dama que se desliza entre los brazos del bienaventurado que sabe bailar. . . El hombre que mira resulta así el proveedor de felicidad de un prójimo al que desearía ver viajando hacia el Polo Norte, en nuestros ómnibus o en cualquier otra excursión peligrosa...
¡Hay que aprender a bailar, amables contemporáneos! "¡El saber no ocupa lugar!" Y el que sabe bailar ocupa el lugar del que no sabe. Bailar es acción buena por razones atléticas, por razones so­ciales y por razones. . . sentimentales.
Los antiguos, para demostrar su adoración por los Dioses que ve­neraban, danzaban solemnemente alrededor de sus imágenes. Los hombres de ahora, para demostrar su adoración por las modernas diosas de la Humanidad —ellas,— bailan el Tango, el Fox-trot, la Ranchera y el Vals... Y quizá con más fervor que antaño. Con más fervor y a menos distancia.
Ellas también deben bailar. Una mujer que no baila es un capi­tal de belleza encerrado en una caja de hierro; es un arpa enfun­dada; es pólvora sin chispa; es un libro de poesías sin abrir... La danza hace a la mujer más ágil, más armoniosa, más interesante. El tango, por ejemplo, es para la mujer un aliado poderoso en esa guerra de conquista y dominación que sostiene contra el mal llamado sexo fuerte, desde la época remota en que Eva pedía la manzana por­que no había tiendas ni joyerías a la vista para pedir otras cosas. Las hechicerías, filtros y ungüentos más famosos de la Historia no han hecho tantos "cautivos" como los tangos. Y dicen que cuando Pío X lo abominó desterrándolo de los dominios católicos, tuvo que rec­tificarse enseguida "a pedido de numerosos curas". "El tango —le dijeron a Su Santidad— no debe prohibirse. Al contrario... es un gran aliado de nosotros. Nada ha favorecido tanto los casamientos como el tango. . .".
El Profesor Silva, que con su simpática esposa son dos apóstoles del tango, ha escrito un libro para que intenten aprender a bailar aquellos que no pueden ir a una academia por falta de tiempo o exceso de timidez. Yo no sé si se puede estudiar el tango en los libros, como no sé cuáles resultados dan las lecciones escritas para nadar; ser mecánico o seducir damiselas en 48 horas. . . Lo único que sé es que el Profesor Silva hace obra útil fomentando la práctica de la encantadora danza porteña.
Si, como decían en una opereta, "es más útil el Ministro que se divierte que el trabajador, porque divirtiéndose hace menos daño al país", aquí es el caso decir "es mejor el hombre cuando baila, que cuando no lo hace. . .". El tango tiene tanta sugestión que arranca de la realidad aún a los seres más prosaicos. Hasta los Gerentes de Ban­co olvidan, al bailar, sus preocupaciones profesionales. En cambio el hombre sentado al margen de una fiesta es muy peligroso como todos los que se quedan pasivamente al margen de una actividad hu­mana. . . Inevitablemente habla de carreras, mal de sus prójimos, o habla de política. . . ¡Cuántos comités y otros centros de incultura se fundaron por la ociosidad forzada de los que no tanguean!. . . ¡Cuánto habría ganado el país si algunos Ministros de Yrigoyen hubieran dedicado sus noches al tango! Seguramente no habrían he­cho muchas cosas de las que provocaron aquella "danza del 6 de Septiembre. . ."
¡A bailar, señores, alegremente, que las cosas de este mundo se encargan de obligarnos a las danzas tristes!. . . Que cuando llegue la Inexorable podamos decirle como el personaje del sainete: "¡Que me quiten lo bailado!".
Y no se detenga nadie por el temor de los pisotones que pueda
repartir entre ellas, al practicar la danza. Por mucho que las haga­mos sufrir no devolveremos ni la centésima parte de lo que ellas nos han hecho sufrir a nosotros.
Además, ese delito no quedará impune. Muy pronto el pisotón será retribuido. . . Sólo bailando las mujeres devuelven con rapidez lo que han recibido del hombre que las corteja. . . Y considérense felices aquellos hombres a los cuales ellas retribuyen el pisotón reci­bido, en el pie solamente.
Pero, pase lo que pase, no les guarden rencor. Ellas son lo único bueno de este mundo. ¡Pisen como pisen, pesen lo que pesen, hay que adorarlas siempre! Seamos como el sándalo, que perfuma el hacha que lo destroza. . .

Julio F. Escobar

Retrato del profesor Manuel Enrique Silva:
























Algunos datos acerca del profesor, "organizador de fiestas mundanas", y su Instituto de Danzas:

























¡CHÁN-CHÁN!

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